¿ES POSIBLE
EN
“Los sueños se construyen con las manos, se alimentan de esperanzas y mueren por resignación...”.
Luis Pedro Brunati.
Estado de situación.
Corren los tiempos de “la estabilidad y el desempleo”, y se popularizan ciertas ideas acerca de la imposibilidad de encarar todo tipo de cambio y sobre la falta de acciones alternativas.
Dos países inconciliables se superponen en las pantallas de “Crónica T.V.”: el de los viajes interplanetarios y el de los viejos con los pies y el estómago en la tierra.
En el seno de la preconizada concepción “primermundista” se abandona toda idea de “proyecto”, en cuanto algo que denuncie una espera, intervalo o esperanza, y se advierte un marcado desencanto con respecto al sostenimiento de cualquier utopía que tenga perfiles solidarios.
Los ideales se hallan a la mano, y asumen la encarnadura de personas famosas (locutores, modelos, deportistas famosos), a las cuales se les trasfieren las representaciones de ídolo, Dios o genio...
No hay lugar para la verdad; la palabra varía según la oportunidad; no hay “texto”, sino “contexto”, con predominio de la sonoridad y de la imagen.
El look reemplaza al estilo, y el ser espontáneo, al ser auténtico.
Los vínculos múltiples y superficiales son un reaseguro contra la angustia.
Está contraindicada la posibilidad de historiar, razón por la cual la temporalidad se desdibuja, desaparece el sentido crítico, y las personas y los grupos quedan sin palabras.
El intento de borramiento de toda noción de conflicto evoca a la más supina indiferencia ante todo y por todo, pero lo “reprimido” retorna bajo la forma, también televisiva, de estudiantes, vecinos o jubilados protestando.
La necesidad de poseer, manipular y renovar objetos es inoculada de continuo, y en caso de no poder contar con ciertos objetos las personas valen menos...
Los viejos, muchas veces preocupados por su salud, su cuerpo, su economía y sus vínculos, son literalmente bombardeados por una propaganda que poco a poco los va tornando inseguros. La marginación y segregación externas facilitan su autosegregación.
Todo anciano rememora la historia de una comunidad, y el pensamiento posmoderno del fin de la historia los rechaza por denunciar algo no compatible con el intento de inmovilizar a la sociedad en la ficción de lo definitivo.
Las diferencias entre los grupos de la sociedad con distintos niveles de acceso a los recursos son negadas, al pretender utilizar las mismas categorías para considerar a un viejo de la ex clase media (que apenas subsiste con su haber jubilatorio, al cual suma la indecente limosna de algún familiar) y a otro en situación “acomodada” (que vive de una renta en dólares, producto de sus bienes; viaja al exterior, y tiene la posibilidad de “probar” todas las técnicas de rejuvenecimiento que ofrece el mercado).
Lo cierto es que en la nómina de haberes previsionales la gran mayoría de los jubilados cobra el importe mínimo, a lo cual se añade el hecho de que muchas familias no cuentan con los recursos necesarios ni suficientes para atender los requerimientos de sus viejos. La institucionalización suele aportar más problemas que soluciones. Los prejuicios y las imposiciones de otros grupos etarios, junto a las desventajas económicas y sociales, cuestionan seriamente la posibilidad de una buena calidad de vida para muchos ancianos.
Desarrollo.
Ante el referido estado de situación resulta lícito preguntarnos: “¿Los viejos gozan de salud mental? ¿La sociedad procura el bienestar de sus mayores?”.
La salud mental es, en principio, una “idea horizonte” hacia la cual es posible orientar acciones de carácter individual, grupal, institucional y comunitario.
El planteo y la recuperación de metas e ideales no constituyen un lujo para el espíritu, sino una medida de salud y de vitalidad por parte de los viejos.
La salud mental, desde el punto de vista de la planificación sanitario-social, no puede quedar meramente reducida a lo asistencial, ni a trabajos descontextuados de prevención, ni tampoco a complejos estudios para la detección de índices y tasas de prevalecencia de patologías.
Hoy se plantea la necesidad de utilizar categorías diferentes de las comúnmente empleadas, superando la tentación de asimilar salud con ausencia de patología.
La salud mental debe ser entendida en el seno de la cotidianeidad, es decir, en aquellos ámbitos habituales de los viejos, donde viven, gozan, sufren, se divierten, practican un credo, defienden sus derechos, y allí donde finalmente van a morir...
Es tan importante y necesaria que no puede quedar exclusivamente bajo la responsabilidad de los profesionales, en el medio “artificial” de los consultorios.
La salud mental no exime a los sujetos, a los grupos ni a las instituciones de la presencia de problemas ni de conflictos; supone, por el contrario, su reconocimiento activo y responsable.
La interpretación “apresurada” que se hace de las pérdidas ocurridas en la tercera edad, en base a un sentido [¿“aplicando un criterio”?] casi exclusivamente deficitario, obtura de antemano toda posibilidad de acción o reflexión.
Ante las pérdidas, los viejos suelen acudir a distintas formas de negación, incluso a la automedicación, porque es más trabajoso inscribir a aquéllas en un proceso o devenir —como mojones que van señalando los distintos hechos de la vida—, procurando su aceptación, en ocasiones el reemplazo de lo perdido, y aun el desarrollo de potencialidades latentes.
La salud mental implica, entonces, la aceptación del sufrimiento y también del placer en la tercera edad, a pesar del no velado intento posmoderno de hacer cirugía y cosmética con ellos.
Como todo hecho de construcción social, cultural e histórico, implica necesariamente la participación activa de los viejos en la dinámica trasformadora de la sociedad.
Las formas concretas de participación, a veces de modo ríspido, en problemáticas individuales familiares, sectoriales o comunitarias, suponen un grado progresivo de salud mental para los integrantes de la tercera edad.
El ejercicio del derecho de participar entraña el cumplimiento de deberes y responsabilidades por parte de los viejos, en pos del fortalecimiento de la sociedad civil.
La participación, entendida en términos de derechos y deberes, conjura la “queja”, común en muchos viejos, suplantándola por una mística de responsabilidades compartidas.
El centro de jubilados estructura una forma organizada y coordinada de participación, que procura sustituír modelos marginadores por otros de perfiles solidarios, en tanto y en cuanto no se mimetice con la seducción y los favores del poder de turno.
La acción organizada de los viejos no significa, bajo ningún aspecto, dejarlos librados a su propia suerte y a sus exclusivos recursos.
Aun en ámbitos de internación “cerrados y totales”, donde los viejos residen por períodos prolongados, como en los llamados “hogares” geriátricos, es posible auspiciar, dentro de cada peculiaridad, la conformación de dispositivos que faciliten la participación, como es el caso de los consejos de residentes.
La auténtica participación no surge de la tolerancia ni del favor del poder instituído: aparece como un derecho responsable. Se participa cuando se interviene en la asignación planificada de los recursos y en la delimitación de las prioridades institucionales...
Una última reflexión.
La participación de los viejos en los temas que les incumben agiganta su calidad de vida y su salud mental; conjura el aislamiento, la soledad y el abandono, donando más “sentido” a su existencia y marcando a fuego a otras generaciones con el ejemplo perdurable de la lucha y de la pasión en pos de valores permanentes...
* Comunicación “libre” presentada en el “Primer Congreso de Organismos Gubernamentales y no Gubernamentales por los Derechos de
No hay comentarios:
Publicar un comentario