SOBRE
DE LAS CIENCIAS HUMANAS *
“Todavía esperamos...”
Víctor Heredia
Fundamentación.
Hoy en día advertimos importantes esfuerzos destinados a la atención de patologías prevalecientes en la tercera edad (prevención secundaria), por razones que en muchos casos desbordan la planificación sanitaria, para ingresar en el ámbito de los beneficios económicos.
Más allá de la mayor parte de las declaraciones efectuadas en los congresos internacionales y por los organismos supranacionales (S.P.T. 2000, Congreso de Viena de 1982, etc.), se observa, en lo cotidiano, el doble discurso de las intenciones proclamadas versus las realizaciones efectivas.
Hay que pensar —mejor— que dichos eventos, la mayoría de las veces, se erigen como cortinas de humo para velar las determinaciones de los organismos crediticios internacionales que inspiran los programas locales de ajuste estructural.
En nuestro país, como consecuencia de los sucesivos planes político-económicos instrumentados por gobiernos de distinto signo, ha quedado plasmado un panorama caracterizado por una fuerte concentración y superposición epidemiológica en la población anciana, y coexisten enfermedades de la pobreza (alimentarias, infecciosas, etc.) con las llamadas “del desarrollo” (tumores, demencias, vasculares, etc.) y con otras vinculadas con el descontrol ambiental (violencia, adicciones específicas, etc.)
No se registran antecedentes de acciones sostenidas en prevención primaria.
Los propios viejos perciben a “la buena medicina” como aquella ligada con la especialización, la alta tecnología y la “polifarmacia”.
No se detecta la necesidad ni la preocupación por demandar consultas orientadas a la procuración o el mantenimiento de la salud.
El esfuerzo está orientado casi exclusivamente a la reparación de la salud, y no a su promoción.
Las propias corporaciones de profesionales de la salud no cuestionan los actuales indicadores acerca de la cantidad de prescripciones farmacológicas por consulta y de específicos por receta prescrita, los cuales están por encima de los estándares aceptados internacionalmente como convenientes.
El discurso profesional, neutral, individualista, biologista, mercantilista, y en ocasiones hasta iatrogénico, demanda el consenso pasivo de parte de los usuarios de los servicios asistenciales.
Los laboratorios medran con la situación, alentando la promoción de fármacos, algunos de los cuales tienen una eficacia dudosa en los países de origen.
Los jubilados se ubican como receptores pasivos y merecedores de servicios, DESCONOCEDORES de las causas profundas de lo que padecen y de la casi totalidad de los efectos de lo que se les hace.
El máximo grado de participación que se les adjudica viene “regulado” desde el profesional, casi siempre médico, quien toma a los pacientes como “verificadores” de los resultados de las técnicas instrumentadas.
Los viejos, en la mayoría de los casos, no son seriamente consultados ni informados sobre lo que se les practica, pero se les pide (en el mejor de los supuestos) que participen, cumpliendo con las prescripciones.
El modelo de la asistencia, salvo contadas excepciones, cabalga sobre una concepción jerárquica que demanda dos polos: el de quien tiene el poder y el de quien acata las decisiones...
Lo poco que hay de prevención primaria suele quedar reducido a prácticas grupales o recreativas y charlas de educación sanitaria, que no interaccionan auténticamente con la historia, la identidad ni la cultura de los viejos convocados, casi siempre por fuera y por encima de ellos.
El ámbito de la prevención primaria no puede quedar reducido a “controlar” enfermedades en general “físicas”, sino que debe pisar e inundar el campo de la promoción social.
Ya no se trata de justificar la variable social de la enfermedad, sino su carácter social y su distribución no azarosa, ligada con determinantes económico-sociales, en el seno de una sociedad que activamente segrega y margina a sus viejos.
El carácter social e histórico de las enfermedades de los ancianos demanda una toma de posición consistente en un gran desplazamiento del consultorio, la clínica, el hospital o el centro de salud.
La prevención, así entendida, al igual que la salud en general, se torna un derecho social, que no puede quedar reducido al privilegio de algunos grupos de viejos.
Por ello se plantea la necesidad de estructurar acciones que desborden el tradicional encuadre sanitario y propongan una integración participativa de grupos, progresivamente mayores en cantidad, de ancianos.
Las técnicas deben partir de supuestos extramurales, a fin de que “impacten” en el contexto natural de los viejos, donde viven y se relacionan, en pos de su mejor y mayor accesibilidad geográfica y cultural.
El desafío, entonces, no consiste en volver profanos a los jubilados ante la complejidad tecnológica, sino en facilitarles las oportunidades para que puedan conjeturar, opinar y —por qué no— intervenir en el diseño de aquello que se les va a brindar.
Abrir las puertas de la participación cierta, protagónica y organizada conduce al camino de la promoción social.
Todo aquello que no cae dentro de dichos parámetros es mero asistencialismo, parche, “población blanco” y mecanismos de control social.
La participación no emana de decisiones profesionales ni administrativas, no surge como el producto de una técnica: se la promueve al facilitar procesos que la desencadenen...
Quienes no cuestionan y no observan ninguna dificultad en un proceso de apertura, viven a la participación, más que como un derecho y un deber, como un favor que es producto de la tolerancia de algún poderoso.
Se plantea la necesidad de facilitar una redistribución del poder económico (ingresos y recursos), del poder político (capacidad de movilización en distintas direcciones) y del poder técnico (manejo de información y de conocimientos) en favor de los viejos.
Los profesionales que trabajan con viejos, y no de [¿“gracias a”?] los viejos, dado el actual contexto social, son interpelados por la necesidad de esta triple trasferencia de poder.
¿Cómo?:
— alentando y acompañando las formas organizativas de los jubilados, aunque no coincidan con las recomendaciones de los “laboratorios sociales” internacionales;
— tornando accesibles los conocimientos sobre la compleja génesis de las patologías de la tercera edad, así como aquellos de cualquier otra naturaleza demandados por los viejos en sus necesidades de reposicionamiento social, hablando un lenguaje simple y al alcance de todos;
— siendo partícipes activos (sujetos políticos) del Movimiento de los Jubilados, puesto que el poder técnico que manejan se torna estratégico para que dicho movimiento avance en sus objetivos.
Muchos profesionales se hallan frente al dilema de legitimar con su accionar pactos corporativos profesionales (el salario del miedo) o avanzar en la razón social de sus disciplinas, siendo tributarios y partícipes comprometidos de una comunidad que les permitió perfeccionarse, disminuyendo, merced a la aplicación de sus conocimientos, las inequidades sociales.
El modelo de apoyo a la red de centros de jubilados denuncia una concepción “policéntrica” del empleo del poder y la búsqueda de la generación de sistemas basados en la solidaridad, con un franco cuestionamiento de la conformación de burocracias aisladas de las bases.
Se torna imperioso hallar vías rápidas y multiplicadoras de la participación, tendiendo a generar un acercamiento entre los espacios institucionales (más formalizados) y los típicos espacios comunitarios (más primarios y creativos).
Por otra parte, el Movimiento de los Jubilados, por medio de su red de centros, se constituye en uno de los pocos espacios vigentes de participación activa de sus integrantes, frente a la “alzeimerización” colectiva, con la posibilidad de erigirse en un actor social que pase de la denuncia de situaciones a la discusión de la búsqueda de soluciones dentro de un proceso de conflictividad social.
Por todo ello, se vislumbra que la construcción de un medio gráfico abierto generosamente a la participación responsable de profesionales de distintos quehaceres y “comosaberes” [¿¿??] puede proyectarse como un catalizador social en favor de las aspiraciones y necesidades de los viejos, como una herramienta que aporte recursos y soluciones en pos de la redistribución del poder técnico, político y económico.
La creencia de que todo el poder radica en los poderosos de turno retarda la mejor organización de quienes quedan históricamente excluídos de las decisiones.
Hay profesionales que necesitan decir cosas y no saben por dónde empezar, cómo expresar sus convicciones sociales e integrarse en un proyecto supraprofesional y solidario.
Por otra parte, los jubilados podrán participar también y echar mano de los recursos existentes, no cayendo en la tentación de alcanzar metas exageradamente coyunturales, sino abriendo las compuertas a todos aquellos que no se sientan representados ni expresados por la ciencia oficial, favoreciendo la ampliación de la red social...
Objetivo: Extensión de acciones preventivas primarias hacia un número creciente de miembros de la tercera edad.
Meta: Distribución bimestral de gacetillas “Para
Metodología:
— Convocatoria a profesionales de distintas disciplinas a los efectos de participar solidariamente en la construcción de un medio de difusión gráfico para los jubilados.
— Selección de los aportes por los profesionales de la gerontología que trabajan al lado del Ombudsman adjunto.
— Composición, armado e impresión de la gacetilla “Para
— Distribución, mediante la red de centros de jubilados, de “
— Innovación y cambios sucesivos en función de los aportes recibidos de los lectores.
— Exploración e incursión en nuevas metodologías participativas y organizacionales.
* Propuesta de trabajo presentada a
No hay comentarios:
Publicar un comentario